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La guardiana de los secretos de la Virgen del Rocío

Es la mujer que más cerca está de la Virgen del Rocío; la envidia de todos los rocieros que sueñan con tener la oportunidad, al menos, de tocar su paso. Un privilegio que, no obstante, está cargado de responsabilidad, la que pesa sobre los hombros de Carmen Rocío Vega, hija de la camarista María del Carmen Morales. La joven almonteña es sabedora de que en un futuro no muy lejano asumirá el cargo de vestir a la Blanca Paloma, si bien confía en que su madre tarde en darle el natural relevo generacional, lo que significará que sigue gozando de una robusta salud.

Entre tanto, la continuidad de este estirpe de camaristas está garantizada con Ana Díaz, la hija de Carmen. A sus tres años de edad ya ha acudido en varias ocasiones a contemplar el bello trabajo que desempeñan su madre y su abuela. Con los ojos emocionados, Vega narra como su hija “colabora entregándonos alfileres” con los que van fijando el traje de la Reina de las Marismas.

Se trata de un ritual lleno de simbolismo en el que sólo intervienen ellas y el santero. La sala queda en un silencio sepulcral que da cuenta de la solemnidad e intimidad del acto. Las manos de las camaristas trabajan con suma destreza y con la agilidad propia de la experiencia. Sin embargo, cuando se afanan en ultimar detalles como la perfecta colocación de la saya o eliminar una imperceptible arruga en el manto, el tiempo parece detenerse, revelando a los ojos del profano el mimo que invierten a la hora de ataviar a la Virgen del Rocío. Es un trabajo laborioso “de muchas horas”, explica la joven. En concreto, la tarea suele comenzar al caer la tarde, “alargándose hasta que amanece al día siguiente”. Algo más de una decena de horas invertidas para que la imagen luzca sus mejores galas.

Por su parte, el exorno floral también lleva la firma de la familia, en este caso la de su hermano José Manuel, que este año ha vuelto a realizar un bella composición con Hibiscus Rosa Sinensis, en color blanco y amarillo, emulando los colores del Vaticano en un claro homenaje al XXV Aniversario de la visita a la aldea de Su Santidad Juan Pablo II. Un hito que supuso el respaldo de la Santa Sede a la romería más universal y que, a la postre, hizo famosa las palabras del Pontífice en las que invitaba a que todo el mundo fuese rociero.

Este trabajo ancestral es cada año recompensado por los rocieros, que saben apreciar el buen hacer que a lo largo de la historia han venido desempeñando esta estirpe de mujeres que guardan con celo los vericuetos de un trabajo artesanal cuya sabiduría sólo se transmite de boca en boca y de generación en generación.

La joven camarista señala que durante la romería siempre tienen el corazón en un puño, al menos mientras la imagen está en la calle. Saben que los almonteños ponen todo su celo en el cuidado de la imagen cuando esta procesiona por las arenas de la aldea, si bien la incertidumbre se mantiene siempre latente. “A veces te pones en lo peor”, afirma Carmen, bien porque haga acto de presencia cualquier inclemencia meteorológica; bien porque cualquier golpe pueda dañar el ajuar que porta. La tranquilidad sólo regresa al espíritu de su familia cuando finaliza la procesión y la imagen es devuelta al altar del Santuario.

A pesar de todo, ella disfruta como una almonteña más de la Romería y los Traslados. El momento más especial se produce para Carmen cuando la Virgen del Rocío viene hasta su puerta sobre los hombros de los almonteños el lunes de Pentecostés. Aún cuando tiene el privilegio de quedarse a solas con Ella, ese instante tiene una carga emocional sin par, que afirma “no se puede describir con palabras, puesto que los sentimientos más profundos no se narran, simplemente se viven”.

En un futuro no muy lejano asumirá el cargo de vestir a la Blanca Paloma

El “Museo” de las camaristas

La casa de María del Carmen Morales bien podría considerarse un humilde museo de la devoción rociera. Del salón de su casa cuelgan fotografías que retratan en primera persona acontecimientos históricos como la Coronación Canónica de 1919 o los Traslados de la Pastora cuando alcanza el alto Molinillo en el Chaparral. Una constelación de imágenes que narran por sí solas una devoción con más de siete siglos de historia que, a su vez, nos sumergen en un recorrido por el fervor que esta familia profesa a su Virgen del Rocío; así como por la pasión que invierten en un oficio al que han dedicado su vida como guardianas de los secretos de la Blanca Paloma.

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