El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define Ermita como “una capilla o santuario, generalmente pequeño, situado por lo común en lugares despoblados en los que no suele recibirse culto permanente a una imagen”. En virtud de esta acepción, hace justo medio siglo que el templo que acoge hoy en día a la Blanca Paloma bien podría ser denominado, por derecho propio, como la gran catedral onubense, de no ser por que el obispo, con su Cabildo, no tienen en el territorio marismeño su sede o cátedra.
Y es que la remodelación que sufrió el templo mariano entre 1963 y 1969 otorgó a la nueva “catedral” un nuevo estatus arquitectónico acorde a la dimensión de la fe que mueve la Virgen del Rocío.
Huelga decir que a mediados del siglo XX la vetusta ermita se quedaba pequeña para acoger una romería que movilizaba a centenares de miles de personas. Así lo reconoció el primer obispo de la Diócesis de Huelva, monseñor Cantero, quien durante la celebración de una eucaristía celebrada semanas antes de la romería de 1961 utilizó la lírica para explicar lo que eras vox populi: “Esta perla no tiene el estuche apropiado; es un sol entre nubarrones”.
Alentados por estas palabras y tras la romería de ese mismo año se creó una Comisión de Estudio y Realización de Obras que asumió la encomienda de convocar un concurso de anteproyectos al que concurrieron tres iniciativas firmadas por prestigiosos arquitectos sevillanos. El primero de ellos era Aurelio Gómez Millán, que presentó un proyecto que seguía las líneas maestras del que ya hizo público en 1947; otro de Fernando Barquín Barón; y, finalmente, el que firmaron de manera conjunta Alberto Balbotín de Orta y Delgado Roig. Fueron estos últimos profesionales quienes contaron con el favor de la Comisión de Obras que, perfectamente asesorados por arquitectos de renombre, coincidieron a la hora de señalar que se trataba del diseño que mejor se integraba en un territorio natural del excelso valor medioambiental que posee Doñana. Por otra parte y, a la par, se integraba como un guante en la fisonomía arquitectónica que ya poseía la aldea.
El presupuesto para hacer realidad el sueño de los rocieros ascendía a seis millones de las antiguas pesetas. Sin embargo, las dificultades técnicas que fueron aflorando y las singularidades del terreno en los que se emplazaba la construcción dispararían los sobrecostes hasta casi duplicar esta cifra. Lo mismo sucedería con la fecha de entrega de las obras, inicialmente prevista para la romería de 1964.
Sobre el papel, el templo se erigiría sobre una planta de 2.000 metros cuadrados que estaría aislada, en sus cuatro puntos cardinales, por cualquier otra vivienda. Para ello se adquirieron varios edificios colindantes, aunque finalmente no pudo cerrarse la compraventa de aquellos situados a la espalda del Santuario.
Sin embargo, el mayor contratiempo lo entrañaría la ejecución técnica. 1963 fue un año especialmente pródigo en precipitaciones, cuyas aguas inundaron día sí y día también la aldea. El abundante caudal que portaba el emblemático arroyo de La Rocina se desbordaba con asiduidad, mientras que las marismas inundaban las inmediaciones de la ermita alcanzando el agua la altura del Pocito de la Virgen. A ello contribuía, además, la ausencia del muro de contención que hoy día representa el Paseo Marismeño.
Para más inri, un concienzudo estudio geotécnico revelaría que el suelo sobre el que se sustentaba la ermita presentaba arenas esponjosas que hacía inestable el terreno. El desafío técnico se solventaría con una cara cimentación compuesta por 64 pilotes de hormigón armado de 80 centímetros de diámetro que se anclarían al suelo a 18 metros de profundidad. Sobre esta estructura se asentaría una losa armada de un metro de espesor.
Finalmente, el proyecto se adjudicaría en 1963 a la empresa Luis Rank S.A con un presupuesto de 11,5 millones de pesetas. El 17 de enero de 1964 se firmó el contrato y nueve días más tarde se puso en pie la primera piedra en un acto bendecido por monseñor Cantero Cuadrado.
Cinco años más tarde la ermita sería una realidad tangible y la Reina de las Marismas tendría su merecida catedral. Sin embargo, no fue hasta 1980 cuando la fachada adquiriría su fisonomía actual tras la construcción de la espadaña que coronaría la monumental y emblemática cruz construida con 265 piezas de hierro macizo y un cuarto de tonelada de peso.
> Una ermita efímera mantuvo la fidelidad a la tradición
Cuando el 16 de junio de 1963 la Virgen abandonó su ermita en dirección a Almonte, no fueron pocas las voces que propusieron celebrar Pentecostés en el núcleo matriz, en tanto en cuanto finalizaba la demolición y posterior construcción del nuevo Santuario.
En concreto, se hablaba del Chaparral como posible centro neurálgico de la romería. No obstante, finalmente la Hermandad Matriz optó por ser fiel a una tradición de siete siglos y que la marisma continuase siendo el marco donde la Virgen del Rocío recibiese a las Hermandades filiales, brindando a los centenares de miles de romeros la posibilidad de perpetuar el ritual de postrarse frente a ella.
Para ello, hubo que construir un pequeño milagro, una humilde pero espaciosa capilla provisional que perpetuaba la fisonomía de la antigua ermita y se situaba a la izquierda de la nueva construcción. Esta infraestructura efímera fue el escenario de los cultos religiosos y el nido de la Blanca Paloma durante todo un lustro.